Lula encabeza las encuestas de cara a las elecciones presidenciales de octubre próximo y dobla a su rival más fuerte (33,4% de apoyo según CNT/MDA el 06/03). El juicio no lo ha frenado. Lleva meses realizando una caravana por todo Brasil. Pero ayer, la Corte Suprema de Brasil negó por 6 votos contra 5, el recurso de habeas corpus (para evitar arresto arbitrario) del ex presidente de Brasil (2003-2011). No sólo su partido, el PT (partido de los trabajadores), condena la decisión por estar “motivada por intereses políticos y económicos contra el país, el pueblo y la democracia”. También una decena de otros partidos y organizaciones, intelectuales y artistas rechaza el juicio a Lula, como: PSOL, PCdoB, PDT, MST, MTST, CUT, MAB, Chico Buarque, Caetano Veloso, Beth Carvalho, Wagner Moura, Felipe González, Massimo D’Alema, Lagos, Mujica, etcétera, por nombrar algunos.
El arresto del líder popular en vida más importante de Brasil está también provocando una fuerte conmoción social, en un país ya profundamente dividido tras la farsa de impeachment contra Dilma Rousseff (PT), que en 2016 puso a Michel Temer (PMDB), su entonces vicepresidente y “aliado”, a la cabeza del Estado. La escena de un Lula al paredón es la continuación lógica del golpe contra Rousseff del cual tampoco hubo pruebas. Para qué sus propios (ex) “aliados” (PMDB) promoverían la destitución presidencial con los costos que ha tenido (Eduardo Cunha quien presidió el impeachment es hoy reo) para luego perder las elecciones presidenciales.
Durante estos últimos días, se intensificaron presiones indebidas a la Corte Suprema brasileña (STF). Uno de los jueces del STF (y ex ministro de justicia de Fernando H. Cardoso -PSDB-) que votó a favor de acoger el habeas corpus, Gilmar Mendes, reclamó presiones. Durante su voto realizó una dura crítica a los medios de comunicación pues “nunca había visto -durante su carrera- unos medios de comunicación tan opresivos como aquellos que se han forjado durante los últimos años”, en alusión al consorcio O Globo. Sólo unas semanas antes, Temer, el jefe del poder ejecutivo rindió visita privada y domiciliar a la jefa del poder judicial, la presidenta de la Corte Suprema, lo cual fue informado de forma banal por la prensa nacional. Incluso el general del ejército, Eduardo Villas Bôas, declaró que “repudiaba la impunidad”, siendo públicamente secundado por otros oficiales. Esta intervención fue percibida por la prensa extranjera como un ultimátum a la Corte Suprema, una grave amenaza contra la joven democracia brasileña y la independencia de sus poderes, que viene a sumarse a la violenta ejecución de una concejala feminista por el partido socialismo y libertad (PSOL), Marielle Franco, hace sólo dos semanas en pleno centro de Rio de Janeiro, ciudad que se encuentra bajo decreto gubernamental de intervención militar desde el 16 de febrero.
La democracia brasileña está siendo corroída. Se forja una ruptura que afecta directamente la libertad del pueblo brasileño y, en primer lugar, la de sus clases más populares. Pero las repercusiones no son sólo interiores. Sus vecinos serán afectados pues se trata de un país que hace frontera con 10 de los 13 países de América del Sur y que ocupa 8 de sus 17 millones de km2, que pesa 210 millones de habitantes y que representa un voluminoso PIB entre los 7 más importantes del planeta.
En 1964, Brasil inauguró lamentablemente el ciclo de dictaduras en América del Sur. Pero en 2002, la elección de Lula hizo emerger al “país continente” en el concierto internacional. América Latina se posicionó entonces, por primera vez, autónoma de la doctrina Monroe del “gran hermano del norte”, y un desfile de nuevos mandatarios progresistas le siguió, entre ellos, la primera presidenta mujer y el primer indígena presidente.
Hoy no es diferente. La erosión de las instituciones brasileñas se inscribe en un retroceso democrático global preocupante. Una reemergencia virulenta de discursos neofascistas desacomplejados (reivindicación de las dictaduras, promoción de la autodefensa y conservadurismo de clase, racial y sexual), invisibilizados por largo tiempo y camuflados en una nueva efervescencia social aséptica, viene ascendiendo a gran velocidad en los países latinoamericanos y parece tomar la forma de un ciclo histórico nuevo.
Desde la época precolombina y la colonia hasta las dictaduras de los 60 y 70, el consenso de Washington y los gobiernos de izquierda del nuevo milenio, la historia demuestra que ningún país del continente es impermeable a estas oleadas. Y el sistema internacional nada puede ni nada hará por disolver las amenazas antidemocráticas, más, cuando afectan a países del sur (calificados de tercer mundo). Entonces la pregunta es: ¿qué hacen y qué harán juntas las (diversas) fuerzas democráticas del continente para enmendar el rumbo y recrear de forma sólida un ciclo democrático nuevo?
*Juan-Pablo Pallamar es ex dirigente del Partido Socialista de Chile, geopolitista e investigador de la Universidad de París, Francia
Edición: The Clinic