“Después de lo sucedido en São Paulo, los medios descubrieron que existen sin techo en el país. Lo que se olvidaron es que existen personas sin techo el año entero y quiero ver si van a venir ahora para hablar de las amenazas que estamos sufriendo”, se desahoga Edinho Vieira, del Movimiento de Lucha de los Barrios, Villas y Favelas (MLB), de Belo Horizonte, capital del estado de Minas Gerais, en el sudeste de Brasil. El, junto con otras 200 familias, vive desde septiembre de 2017 en la ocupación Carolina María de Jesús, en pleno centro de Belo Horizonte. La ocupación toma su nombre de una famosa escritora de mediados del siglo pasado, habitante de favela.
El caso al que se refiere el activista es el incendio y posterior desplome del edificio Wilton Paes de Almeida en la zona de Largo de Paissandu en el centro de São Paulo, el 1 de mayo pasado. De acuerdo con datos oficiales, cerca de 630 personas de todas las edades habían estado ocupando la edificación desde 2003, 9 de ellas murieron en esta tragedia. Los demás, desde entonces están acampando alrededor de una iglesia cercana, esperando respuestas de los autoridades. Los medios tradicionales cubrieron ampliamente el acontecimiento.
Entre otras amenazas, Edinho cita los constantes vuelos de helicóptero de la policía, además de la persecución hecha por los agentes del Estado contra los moradores del edificio. Pero la principal no es tan visible: es el miedo de no tener a donde ir en caso de que haya un desalojo. La mayoría fue vivir allá por dificultad – o imposibilidad – de pagar arriendo, o incluso para salir de situación de calle.
Ahora, un organizado sistema de funcionamiento permite que los 15 pisos del edificio, que antes estaba abandonado, alberguen familias con niños y ancianos. Marcia Ferreira dos Santos, auxiliar de cocina en el vecino barrio Serra, vive con su marido, dos hijos y una nieta en un apartamento hecho por ellos mismos.
Fue su marido – que trabaja en la limpieza urbana – quien hizo los muebles y ella decora con gusto y limpieza el rincón donde todos pueden dormir. “Después de 14 años en la cola del [programa] Mi Casa, Mi Vida esta fue mi alternativa para tener vivienda”, cuenta. “Antes era para quien tiene ingresos bajos, ahora parece que es para quien ya tiene una buena situación”, añade. A pesar de la angustia que viene del miedo al desempleo y al desalojo, Marcia cuenta que en la ocupación su vida mejoró y es un alivio tener con quien dejar a los niños cuando sale a trabajar.
Guardería y cocina
En la ocupación, por medidas de seguridad, las cocinas no están permitidas. Así, una cocina colectiva funciona todos los días y garantiza cuatro comidas diarias. Los moradores se turnan también en la guardería, que cuida de los cerca de 70 niños que viven allí.
“Hoy tenemos la cocina colectiva, que funciona para todos los moradores. Tenemos turnos, nos vamos alternando, tenemos la guardería. Con la guardería aquí, en la ocupación, los niños tienen diversión y se facilita mucho la vida de las madres, que tienen un espacio para dejar a los niños”, cuenta Karina Estefania, una de las coordinadoras de la ocupación, también del MLB.
La ocupación además tiene bazar, huerta comunitaria, organización de eventos y seguridad interna. Las ropas recibidas van para las familias y ayudan a crear ingresos para el colectivo. En los eventos, generalmente se recauda comida, que también es dividida. El matorral entre los pilotis de la parte inferior del edificio ahora tiene plántulas y plantas.
“Aquí hemos sembrado quingombó, vamos a plantar rúcula, achicoria, diente de león, y, allá adelante, col y lechuga”, enumera con cariño de Edima Siqueira dos Santos Cristo, que es una persona que apoya la ocupación, siempre está presente, y cuida de la huerta. Ella cuenta que aprendió con su madre – que era partera – el valor de ayudar a los otros.
La niña Emily da Silva Costa, de 10 años, vive en la Vila Pinho, pero va hasta el centro con su madre no sólo para ayudar, sino también para participar de los juegos con los amigos que hizo en la ocupación Carolina. Varios otros niños se unen para conversar también y todos destacan como fue chévere hacer nuevas amistades y poder “jugar, dibujar” con los amiguitos que viven tan cerca.
A pesar del clima tranquilo, ellas también resaltan el miedo de salir de ahí y no tener a donde ir. “Espero que consigamos parar el desalojo y conseguir nuestras casas. Si mi madre no lo consigue, vamos a vivir debajo del viaducto, porque mi madre no tiene casa”, resume Adriele Cristina Oliveira Rodrigues.
Negociación
La ocupación Carolina María de Jesús – que homenajea a la escritora mineira que escribió “Quarto de despejo. Diario de una mujer que tenía hambre”, sobre la vida en una favela en São Paulo – no fue parte del grupo de ocupaciones urbanas reconocidas mediante decreto firmado por el alcalde Belo Horizonte y el gobernador de Minas Gerais el 12 de abril pasado.
El edificio de la avenida Afonso Pena funcionó como secretaria de Salud y sería de propiedad de la Fundación Sistel de Seguridad Social. El abogado de la empresa afirma que existe una orden de reintegración de posse que aún no fue cumplida. Después del incendio en São Paulo, aumentó la presión contra otros terrenos ocupados.
“Lo que queremos es que las familias tengan vivienda digna. No da para tener desalojo y que ellas vayan a vivir en un galpón o debajo de una marquesina. Queremos una alternativa digna”, subraya Edinho Vieira, de la coordenación de la ocupación.
Según la Fundación João Pinheiro, el déficit de vivienda en Belo Horizonte – o sea, la falta de casas – llega a 78 mil casas. Los datos oficiales son de 2010 y pueden estar desfasados.
Edición: Joana Tavares | Traducción: Pilar Troya