¡Malditas sean todas las cercas!
Malditas todas las propiedades privadas
¡Que nos privan de vivir y amar!
Malditas sean todas las leyes,
labradas por pocas manos
para amparar cercas y bueyes,
y hacer la tierra, esclava
¡y esclavos los humanos!
(Don Pedro Casaldáliga, “Tierra nuestra, libertad”)
Don Pedro se nos va y el inmenso Brasil se nos achica un poco más. Perdimos un poco más de humanidad, justo en estos tiempos que andamos tan necesitadas/os de Don Pedros (y piedras). Más huérfanas/os de solidaridad y pies descalzos, más necesitadas/os de entrega colectiva. Así quedamos, en este achicado Brasil de enormes riquezas…
Parece que estamos desde hace más de 500 años casi que padeciendo estas riquezas. Enredados en las amarras de la dependencia extractivista que, a cambio de espejitos, nos sumerge en un ciclo sin fin de saqueo, contaminación, recolonización, guerras, violencias y todo tipo de soluciones autoritarias -más funcionales y útiles para la arrolladora y brutal expansión de las relaciones capitalistas-. Casi como una eterna maldición de Malinche, que nos hechiza desde siglos, nuestros gobiernos continúan apostando al patrón primario exportador (y en el mercado de commodities), como una “oportunidad” para superar la pobreza, la recesión y la crisis económica, ignorando sus consecuencias de largo plazo y la renovación siempre más profunda de nuestras cadenas. Ya deberíamos haber aprendido que este patrón de “desarrollo” no crea crecimiento que se sustente ni empleos estables, no promueve bien-estar de largo plazo (pues lo máximo posible “tolerable” es expandir relativos procesos de distribución de ingresos en periodos delimitados) y supone un “efecto colateral” de agotamiento de bienes naturales esenciales para la vida humana. Esos mismos bienes colectivos que estaban en la boca de Don Pedro, que, más de una vez, braveó contra las balas que lo amenazaban: “Mis causas valen más que mi vida”.
Muchos son los territorios marcados por los procesos de explotación y expoliación que el capital promueve en este lado de los trópicos: las fábricas cada vez más achicadas; los servicios informatizados y financierizados; el cuerpo de las mujeres; las ciudades; el campo; los habitáis indígenas y quilombolas; los bienes de la naturaleza presentes en las aguas, los bosques, en las entrañas de la tierra.
Hace ya unos años que Brasil retornó al Mapa del Hambre de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), estimándose que, hasta final de 2020, 14,7 millones de personas (7 por ciento de la población) enfrentarán la extrema pobreza y el hambre. Desde abril, datos oficiales apuntan que, en plena pandemia, aumenta el precio de los alimentos. Un relevamiento hecho en marzo de este año, en diversas favelas, anuncia que 86 por ciento (9 de cada 10 habitantes de las barriadas) tendría dificultades de comprar comida si cumpliesen las medidas de distanciamiento social y se quedasen en casa sin ingresos.
Del otro lado de la misma moneda, datos oficiales muestran que la deforestación del Amazonas aumentó más de 50 por ciento en los tres primeros meses de 2020, en comparación con el mismo periodo del año anterior. Agronegocio y mineras avanzan sin tregua en áreas de protección ambiental e indígenas. El gobierno de Jair Bolsonaro aprobó 96 nuevos agrotóxicos en los primeros meses de 2020 (aumento drástico comparado a 2019) y viene utilizando la pandemia para intentar aprobar una ley que legalizaría la apropiación de tierras y la deforestación de 80 millones de hectáreas en las regiones del Amazonas y del Cerrado. A pesar del impase económico mundial, parece que las grandes transnacionales de alimentos y el agronegocio disparan sus lucros, anunciando en nuestros territorios un probable aumento de las inversiones extranjeras para la exportación de más commodities: es el agroimperialismo que tiene las manos manchadas de sangre.
La expoliación capitalista y el cuerpo de las mujeres
No es por casualidad que la violencia contra las mujeres se dispara en los territorios extractivistas: desde larga data, la misoginia y el antagonismo entre los sexos ha demostrado ser un mecanismo importante para que el capital canalice parte de sus tensiones sociales. Donde hay maquilas, hidroeléctricas, mineras y agronegocio, las mujeres padecemos la revancha de pandillas; los recursos de poder de milicias y policías; la amenaza del macho que se siente amenazado. Territorios criminales donde se declara una verdadera “guerra contra las mujeres”. Diversas intelectuales feministas nos han mostrado que las cadenas de violencia encuentran terreno fértil en contextos extractivos, porque se refuerzan estructuras patriarcales o se consolidan nuevas y grandes desigualdades, sea en la forma de asimetrías salariales, la profundización de la división sexual del trabajo o el debilitamiento de funciones comunitarias y ancestrales de las mujeres. Depredación, rapiña del ambiente y de la fuerza de trabajo, y violaciones van de la mano. Además de los mecanismos más extremos de la violencia patriarcal, la desvalorización de la imagen de la mujer por el lente de la misoginia es otro mecanismo potente al servicio de las estrategias de subalternización. Al mismo tiempo que funciona como un mecanismo de disciplinamiento y administración de tensiones de clase (donde el cuerpo de la mujer deviene trofeo o territorio de conquista), nos encadena y nos confina a una naturalizada división sexual del trabajo (y perpetúa la entrega de nuestro trabajo reproductivo gratuito para mover la palanca de la acumulación capitalista).
No es por casualidad que, en plena pandemia, aumenta la explotación sexual contra las mujeres en el territorio fronterizo del Amazonas, cada vez más devoradas por los engranajes de las economías ilegales de la cadena extractivista: sin pan y sin ley, morir de hambre, violencia o coronavirus parece ser el destino de muchas mujeres de la selva amazónica.
Las cercas quieren volver a encerrar Quilombo Campo Grande
Entre el miércoles 12 y el viernes 14 de agosto, las 450 familias acampadas y asentadas en el territorio Quilombo Campo Grande, en el sur del Estado de Minas Gerais, resistieron bravamente a la invasión de la policía del Estado, que, bajo las órdenes del gobernador Zema, fue a hacer efectivo un mandato de desalojo. Es importante decir que las tierras reclamadas inicialmente por el propietario eran 26 hectáreas, que mágicamente en el mandato emitido por el juez se transformaron en 52 hectáreas, y que la policía acabó desalojando familias que estaban fuera de las tierras reclamadas. Para coronar el absurdo, durante la acción violenta, las fuerzas del orden aplastaron a marcha de tractor la escuela del campamento -bautizada por los compas como Eduardo Galeano- y de los galpones en que las familias procesaban su producción. Es preciso recordarles que, por más que quieran, ¡Galeano no se borra a fuerza de tractor!
Se trata de una organización de organizaciones, que es parte del Movimiento Sin Tierra (MST). Son 11 campamentos (Fome Zero, Potreiro, Resistência, Betinho, Girassol, Rosa Luxemburgo, Tiradentes, Sidney Dias, Irmã Doroty, Vitória da Conquista e Chico Mendes), que fueron ocupados uno a uno dentro del perímetro de la antigua estancia, y dos asentamientos (Primeiro do Sul e Nova Conquista). Todo este territorio conforma el Quilombo Campo Grande.
Durante la crisis precipitada por la pandemia de la COVID-19, el Quilombo Campo Grande donó, al igual que otros campamentos y asentamientos de los Sin Tierra, toneladas de alimentos agroecológicos para las miles de personas del campo o de las periferias de las ciudades, para las que la crisis económica y sanitaria es también una crisis alimentaria.
Estas tierras fueron ocupadas hasta la década de 1990 por un ingenio, propiedad de la Companhia Agropecuaria Irmãos Azevedo (CAPIA), que, en ese entonces, declaró la quiebra y dejó a sus trabajadores y trabajadoras no solo sin sus magros salarios, sino también sin sus indemnizaciones. Cuando declaró la quiebra, debía diez veces el valor de la tierra. Los entonces trabajadores y trabajadoras desempleados, con el apoyo del MST, ocuparon las tierras abandonadas e iniciaron un proceso de producción que implicó la recuperación inicial del suelo devastado por años y años de monocultivo de caña de azúcar.
Después de dos décadas de trabajo, la tierra que había quedado desierta produce hoy toneladas de alimentos agroecológicos; en ella, centenas de árboles fueron plantados y brotaron nuevamente nacientes que se habían secado. Producen maíz de semilla criolla, porotos orgánicos, zapallos, hortalizas -son 40 hectáreas de huertas que producen alimentos sin veneno- y hierbas medicinales. Producen también el Café Guaií: 15 mil bolsas de café orgánico de alta calidad por año. La región en que se encuentra Quilombo Campo Grande es considerada una de las mejores regiones para el cultivo de café y eso explica algunas codicias.
Las familias sin tierra ocupan el territorio desde 1998 y, desde hace 22 años, el MST reivindica que estas tierras se destinen a la reforma agraria. Sin embargo, el conflicto sobre las tierras perdura. Durante todos estos años, los acampados vienen soportando las amenazas de pistoleros mercenarios y la truculencia policial. Quienes están por detrás del conflicto son los antiguos dueños del ingenio, Jovane de Souza Moreira e hijos, que son usureros en la región y cuentan con el apoyo de las élites políticas y de otros latifundistas de los mismos pagos. Entre ellos, João Faria, que ya fue el mayor productor de café del mundo, cuya empresa hoy está en crisis: como tiene una estancia vecina, ha firmado, junto con los antiguos dueños, contratos comerciales para el uso de esas tierras.
Es así que el cada vez más impotente capital se recompone a través de la codicia y la infamia de sus personeros, invadiendo los territorios para ampliar las fronteras de las tierras que va a devastar: quemas en el Amazonas, apropiación de territorios indígenas, expulsión de campesinos de las tierras y asesinato masivo de la población negra que vive en las periferias urbanas, expulsadas del campo. No hay con qué darle: la historia del pueblo brasilero es la historia de la lucha contra el latifundio.
¡Malditas todas las cercas!
Y así estamos: expropiados, huérfanas/os de Don Pedro, con menos piedras en nuestra trinchera. Tambaleando, pero en movimiento, aprendiendo del ejemplo de las heroicas familias del Quilombo Campo Grande que, como gigantes, enfrentaron las balas y la furia neofascista durante más de 50 horas, con sus niñes, sus casas de lona, sus semillas de café agroecológico. Responder a nuestras necesidades de sobrevivencia viene siendo el camino de la resistencia: campañas de solidaridad con toneladas de alimentos sin veneno -alimentos que no sobran, pero porque son sagrados se comparten, como dijo un compañero del MST-; movilización de las periferias y auto-organización de los territorios para construir prácticas de cuidado y salud frente al meticulosamente planificado abandono genocida del Estado. Nuestras campañas e iniciativas llevan la marca de la auto-organización: “O povo cuidando do povo” (que significa “el pueblo cuidando del pueblo” y es una campaña de formación de agentes comunitarios de salud, vinculada al MST, en el estado de Pernambuco); “Nós por nós” (que significa “nosotros por nosotros mismos” y es una campaña de donación de alimentos que involucra movimientos del campo y de la ciudad en el estado de Río de Janeiro); “Vamos precisar de todo mundo” (que significa “vamos a precisar de todo el mundo” y es una plataforma que reúne el esfuerzo de diversos grupos de Minas Gerais).
Es nuestra apuesta para que el hambre de las mayorías se enfrente con soberanía alimentaria y solidaridad de clase, entre trabajadoras/os del campo y de la ciudad, y no con excedentes agrícolas del agronegocio, que buscan resolver en nuestras tierras la crisis del capital.
Al mismo tiempo, indígenas, quilombolas y campesinos honran la memoria de Chico Mendes y vuelven a lanzar la Aliança dos Povos da Floresta, como un escudo que nos organice contra el avance trágico del extractivismo en Brasil.
Con un puñado de semillas de café y descalzas/os, aquí estamos: ¡Malditas sean todas las cercas, Don Pedro!