Brasil en agenda

Elecciones en Brasil: extrema derecha pierde, pero izquierda tiene largo por delante

El campo progresista contabilizó pequeñas conquistas, entre ellas el proceso de renovación de líderes

Traducción: Pilar Troya

Brasil de Fato | São Paulo (SP) |
El debate político sale del ámbito racional de la confrontación de ideas y propuestas, y entra en el terreno de los afectos, movilizando el odio político de una parte de la población - Fernando Frazão / Agência Brasil

En medio de un nuevo ciclo de expansión de la epidemia del coronavirus se realizaron en el mes de noviembre las dos vueltas de las elecciones municipales en Brasil. Esta elección estuvo rodeada de expectativas, en la medida en que fue la primera realizada en la presidencia de Bolsonaro, después de dos años de mandato.

Este texto es una contribución inicial al debate sobre el saldo político de este proceso electoral, y un primer esfuerzo de identificación de las perspectivas que se abren para los campos políticos en disputa en Brasil.

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Las elecciones municipales definen los nuevos alcaldes y concejales de los 5.570 municipios del país y poseen una dinámica bastante diferente de las elecciones presidenciales. De este modo, es preciso tener mucha cautela en la proyección del impacto de estas elecciones en la sucesión presidencial. La lógica política de la mayoría de los municipios no corresponde a la forma de confrontación de las fuerzas nacionales.

Al mismo tiempo, el debate político entre las candidaturas en la disputa municipal en general está marcado por temas locales, siendo poco permeable a la agenda nacional. A pesar de esas resalvas, es evidente que de este proceso salen fuerzas derrotadas y victoriosas, sirve como un indicador de la correlación política de fuerzas, siempre que no se incurra en transposiciones mecánicas del escenario de las elecciones municipales para las presidenciales.

Momento Político

Antes de entrar en el balance de los resultados propiamente, conviene caracterizar el momento político en que esta contienda ocurre. Para resumir en pocas palabras, dado que este no es el objeto de este artículo, las elecciones tuvieron lugar en una etapa de desestabilización del gobierno Bolsonaro. Después de la grave crisis política desencadenada en el primer semestre, con el inicio de la pandemia, que colocó la alternativa del impeachment como escenario viable, Bolsonaro consiguió restablecer las condiciones de gobernabilidad. Esta estabilización se explica en base a dos fenómenos: 1) la recuperación de la popularidad del gobierno, que retomó los niveles anteriores a la pandemia, gracias al auxilio de emergencia (contribución mensual de R$ 600,00 para familias de bajos ingresos, algo como US$ 115) que le permitió penetrar en una parte del electorado que no tenía, y 2) el cambio de táctica de Bolsonaro que retira la ruptura institucional del plano inmediato, con una perspectiva de golpe incremental, cuya primera etapa pasa por una política de acomodación con el Congreso y el Poder Judicial.

Afirmar que esta es una fase de estabilidad, no significa menospreciar los contratiempos que Bolsonaro ya está enfrentando. Con la disminución del valor del auxilio de emergencia a la mitad en los últimos meses, la popularidad del gobierno en las capitales ya comienza a refluir, lo que se intensificará aún más en caso de que no haya renovación del beneficio el próximo año. Al mismo tiempo, la situación económica del país es bastante crítica, el desempleo es récord y el recrudecimiento de la epidemia puede dificultar aún más la actividad económica.

Si se mantienen estas condiciones, hay una tendencia de insatisfacción popular creciente a lo largo de 2021. A pesar de este escenario el campo progresista no ha conseguido afirmarse como líder de la oposición al gobierno de Bolsonaro. Hay muchos factores que explican esta situación, con todo, el principal de ellos fue la incapacidad de convocar movilizaciones contra las medidas del gobierno en 2019, y la imposibilidad de producir luchas de masas en un contexto de pandemia, en 2020.

Caracterización de los campos políticos

Ante este telón de fondo, es necesario identificar qué campos políticos están en disputa. Hay tres campos políticos bien delineados. El campo bolsonarista, compuesto por fuerzas políticas dispersas en varios partidos (Republicanos, PSL, Patriota, PSC, PRTB), pero vinculadas a la sustentación del gobierno Bolsonaro, y alineadas ideológicamente con un proyecto político de extrema derecha. El campo progresista, constituido por fuerzas políticas de izquierda y centroizquierda (PT, PC do B, PSOL, PDT, PSB, REDE), que estuvieron alrededor de la candidatura de Haddad en la segunda vuelta de las elecciones de 2018. Y el campo de la derecha tradicional, que reúne las fuerzas políticas de derecha y centroderecha (PSDB, DEM, MDB, Cidadania) que fueron derrotadas por Bolsonaro en la primera vuelta de 2018.

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Además de esos tres campos hay además un aglomerado de partidos funcionales, conocidos en Brasil como “Centrão” (PSD, PP, PTB, Podemos, Avante, PL, PROS). Ese bloque de partido no tiene propiamente un proyecto político, por eso no está siendo considerado como un “campo”. Se desliza en asociación con los demás campos de acuerdo con la conveniencia política. Ya estuvieron aliados nacionalmente a los gobiernos del PSDB de FHC, del PT de Lula y hoy son la base de sustentación del gobierno Bolsonaro. Al mismo tiempo, este bloque de partidos forma parte de la base de sustentación de los gobiernos estaduales comandados por partidos progresistas. De este modo, la característica principal de ese agregado no es una concepción política, sino las relaciones funcionales que establece.

Balance de las elecciones

Como metodología de análisis serán utilizados los datos del llamado “G-96”, el grupo que reúne las 96 ciudades con más de 200 mil electores en el país. El cuadro del “G-96” permite identificar las fuerzas dominantes en los principales centros políticos y económicos del país, dejando en segundo plano los procesos electorales de los municipios pequeños y medianos que tienen una dinámica muy particular, en general desvinculada de la lógica de actuación nacional de los partidos y de los campos políticos. El parámetro de comparación para medir el desempeño de esta contienda serán las elecciones municipales de 2016. Evidentemente que, además de esta dimensión numérica, es necesario tomar en cuenta criterios políticos para hacer una evaluación más completa.

Es posible afirmar con seguridad que el segmento del espectro político más victorioso en esta elección fue el “Centrão”. Este bloque de partidos funcionales tenía en 2016 apenas 15 alcaldías entre las 96 mayores ciudades. En 2020, el “Centrão” prácticamente duplicó su participación llegando a 29 ciudades. Este hecho se explica por el carácter gelatinoso de este bloque, que se amolda a cualquier circunstancia política para quedar bien posicionado. Aunque la existencia de partidos funcionales en Brasil sea de larga data, esa actuación como bloque, que hace acuerdos políticos conjuntamente, es bastante reciente, y se ha mostrado una táctica muy acertada para ese conglomerado de partidos.

El campo de la derecha tradicional obtuvo una victoria política, aunque haya disminuido su expresión numérica. De las 57 grandes alcaldías que tenía en 2016, pasó a 45. Entre ese conjunto de fuerzas, el PSDB fue el que más se encogió, perdiendo 12 ciudades. Con todo, este campo va a administrar los mayores colegios electorales del país (São Paulo, Rio de Janeiro y Salvador), además de conquistar capitales muy importantes (Porto Alegre, Florianópolis, Curitiba, Goiânia). Ese buen desempeño de la derecha tradicional ha sido interpretado por los medios de comunicación empresariales, que juegan a su favor, como una “opción del elector por el centro político, entre la polarización entre bolsonaristas y petistas”. Sin embargo, esa es una conclusión como mínimo precipitada.

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El buen desempeño de la derecha tradicional, así como del “Centrão”, tiene una relación más directa con la inclinación situacionista de los electores. En esta elección hubo la mayor tasa de reelección de alcaldes de los últimos procesos electorales. Ese fenómeno puede ser explicado posiblemente por el impacto de la pandemia en dos aspectos.

El primero es que los gobiernos municipales ganaron mucha visibilidad con la crisis sanitaria. Este hecho apalancó la popularidad de los actuales alcaldes, a excepción de los que se mostraron totalmente incapaces de responder a la epidemia.

El segundo aspecto es que la política de distanciamiento social perjudicó fuertemente a las candidaturas de oposición, que tuvieron más dificultades para proyectarse y deconstruir a sus adversarios en una campaña sin actividades en la calle. Dado que tanto el “Centrão”, como la derecha tradicional, que ya estaban ocupando los ejecutivos municipales en la abrumadora mayoría de las ciudades, fueron beneficiados por esa inclinación situacionista.

El campo progresista se quedó estancado. Había conquistado 13 alcaldías en 2016, y mantuvo la misma marca este año. Del punto de vista político, parecía ensayar una retomada de aliento al final de la primera vuelta, cuando disputaría varias ciudades importantes, pero las derrotas sucesivas en la segunda vuelta demostraron que la “demonización de la izquierda” sigue siendo un dispositivo eficaz en la disputa del electorado.

Aunque el ambiente político sea mucho menos hostil para la izquierda en 2020, en comparación con 2018 y 2016, el “anti-petismo” (que se abate sobre el conjunto de los partidos de izquierda) permanece como un factor de desequilibrio en la disputa. En ese escenario, más que las ideas progresistas, el ataque incide sobre las representaciones políticas de izquierda, en un proceso de desconstrucción de la legitimidad de los representantes de esta parte del espectro político. De este modo, el debate político sale del ámbito racional de la confrontación de ideas y propuestas, y entra en el terreno de los afectos, movilizando el odio político de una parte de la población.

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Otro factor importante para explicar este desempeño limitado del campo progresista es la política de alianzas que se estableció en la segunda vuelta. En las ciudades en que la izquierda quedó fuera de la segunda vuelta, hubo correctamente un apoyo conjunto de las organizaciones progresistas a los candidatos de la derecha tradicional, en situaciones como la de Rio de Janeiro, donde el enfrentamiento era con el campo bolsonarista.

Cuando el enfrentamiento de la segunda vuelta se estableció entre el campo progresista y el campo de la derecha tradicional, hubo un previsible apoyo en bloque de las fuerzas bolsonaristas a las candidaturas más la derecha del par. Con todo, cuando en la fase final de la elección, las candidaturas progresistas disputaban con los binomios bolsonaristas, el campo de la derecha tradicional se dividió, dando apoyo mayoritariamente a la extrema derecha. Esa situación puede ser bien ejemplificada en las disputas de las capitales de Belém (estado de Pará) y Vitória (estado de Espíritu Santo).

A pesar de no salir victorioso de esta contienda, el campo progresista puede contabilizar algunas pequeñas conquistas. La más significativa, el proceso de renovación de los líderes políticos de izquierda. Guilherme Boulos (Partido Socialismo y Libertad - PSOL), Manuela D’Avila (Partido Comunista do Brasil) y Marília Arraes (Partido de los Trabajadores), aunque derrotados, representaron una oxigenación en la izquierda al frente de campañas extremadamente emocionantes, atrayendo una parte significativa del electorado joven. Esa renovación generacional de la izquierda se puede observar también en las concejalías, donde hubo un aumento significativo de candidaturas jóvenes, negras, de mujeres y trans.

Finalmente, el campo bolsonarista sale de esta elección con la mayor derrota política. Incluso aunque numéricamente haya habido un crecimiento de la expresión electoral del bolsonarismo, fue un resultado muy frágil, frente a la ola de extrema derecha que se abatió sobre el país en 2018. Partiendo del cuadro del “G-96”, los partidos más orgánicos de este proyecto pasaron de 2 ciudades importantes a 5. Analizando otras variables como número de votos o número de concejales electos se puede dibujar un resultado más favorable, del punto de vista numérico. Con todo, del punto de vista político, fue una derrota inequívoca, reconocida incluso por sus seguidores más fieles.

Las candidaturas apoyadas por el presidente naufragaron en la mayoría de las capitales, e incluso las que consiguieron ir a segunda vuelta, utilizaron como estrategia de campaña ocultar la relación con Bolsonaro. Es posible concluir que hubo, en un corto intervalo de tiempo, una perdida de intensidad de una corriente de opinión neofascista que parecía extremadamente sólida, sin embargo, ese resultado está lejos de ser la sentencia de muerte del bolsonarismo. Este análisis se refiere estrictamente al desempeño electoral de este campo, no deriva de esta fragilidad electoral la conclusión de que el gobierno o el propio bolsonarismo esté derrotado.

Perspectivas

Ante este balance, algunas perspectivas pueden ser proyectadas para el próximo período. La primera de ellas tiene que ver con las elecciones presidenciales de 2022; debemos evitar todo tipo de transposición mecánica de las elecciones municipales a la sucesión presidencial. Esto significa que ni Bolsonaro ni el PT están fuera de escena, al mismo tiempo que la derecha tradicional no es favorita con base en el desempeño de esta elección. Bolsonaro sigue siendo la presencia más probable en la segunda vuelta de la elección presidencial. Tanto porque tiene la máquina del gobierno federal, como por el hecho de tener una base social ideológicamente comprometida con su proyecto, independientemente de la catástrofe económica que pueda ocurrir.

El PT aún sigue siendo el mayor partido de la izquierda, el más nacionalizado, con mayor estructura partidaria y referencia popular. Tales condiciones confieren ventajas en el interior del campo progresista, con todo, no hay garantías que este campo esté representado en la segunda vuelta. Por fin, la derecha tradicional, a despecho de su desempeño, aún tiene dificultades para construir unidad en torno de una candidatura competitiva. João Doria (actual gobernador de São Paulo, del Partido de la Socialdemocracia Brasileña - PSDB) es el principal nombre de este campo para 2022.

No obstante, enfrenta un alto rechazo en su propio estado de origen, y permanece desconocido en Brasil profundo. El presentador de TV Luciano Huck, de la Red Globo, sería un nombre mucho más competitivo, por la posibilidad de sacar votos de una parte del electorado “lulista”. Sin embargo, está prácticamente descartado el escenario en que el PSDB no encabece el binomio. Si este campo sale dividido en dos o tres candidaturas, tendrá dificultad para conseguir superar las candidaturas del campo progresista. No será una ecuación simple.

Otra perspectiva que se consolida a partir de este resultado electoral es la de una transición en el sistema de partidos. Desde los años 90, el sistema de partidos brasileño estaba estructurado a partir de dos polos políticos bien definidos: el PSDB y el PT. No fue por casualidad que estas siglas polarizaron la lucha política nacional a través de las candidaturas presidenciales. El PT y el PSDB no solo encabezaron la disputa electoral entre 1994 y 2014, sino que, durante el ejercicio de estos mandatos, alternaron posiciones: mientras uno dirigía el gobierno, el otro dirigía la oposición.

Sin embargo, esta estructura partidaria que organizó el conflicto político en Brasil fue implosionada a partir de 2016 por [la Operación] Lava Jato. La operación política orquestada en una triangulación entre sectores del poder judicial, el Ministerio Público y los medios de comunicación empresariales en el esfuerzo por deconstruir el PT y hacer viable el golpe contra Dilma Rousseff, terminó por alcanzar los pilares del sistema de partidos brasileño. De las 18 grandes alcaldías que el PT poseía, en 2016 termina con 1. En 2018, en la carrera presidencial, es el turno de la ruina del pilar derecho del estremecido sistema de partidos. El PSDB sufre su mayor derrota, quedándose fuera de la segunda vuelta, con la sufrida actuación de la candidatura de Geraldo Alckmin, que termina la elección con el 5% de los votos, la peor marca en la historia del partido.

Esta elección municipal consolida una nueva configuración de la escena institucional en el país. Ya no hay lugar para el “bipartidismo a la brasileña”, PT y PSDB no son más los polos estructurantes de la lucha política nacional. ¿Eso significa que estos partidos murieron? Evidentemente que no. Continúan siendo dos máquinas electorales potentes, con capilaridad, cuadros y militantes en todo territorio nacional, e inclusive no está descartada la posibilidad de que polaricen en 2022. Pero es importante observar que los dos ya no hegemonizan sus campos políticos de la misma forma que antes. Existe una tendencia a una relación más equilibrada de fuerzas. Por lo tanto, está en curso una transición en el cuadro político nacional, saliendo de una dinámica bipolar hacia una situación de multipolaridad.

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Una tercera perspectiva que se presenta ante los indicadores de esta elección es que el proceso de recuperación del campo progresista no será de corto plazo. La segunda vuelta dejó en evidencia que el espectro del “anticomunismo” continúa rondando Brasil, con menos intensidad, pero con capacidad de ser decisivo en disputas equilibradas. Las luchas en São Paulo, Recife, Porto Alegre, Vitória son ejemplos de la permanencia de ese fenómeno. Tal perspectiva esta asentada en la evaluación de que las derrotas en las elecciones de 2016 y 2018 no fueron solo electorales, fueron derrotas ideológicas para el campo progresista.

Por lo tanto, el problema no se resolverá en 2022 solamente con “nuevos líderes”, una “buena narrativa de campaña” o con la “potencialización de la presencia en las redes sociales”. Revertir esta derrota pasa por la construcción desde ya de una estrategia de disputa de hegemonía en la sociedad, que combine la lucha ideológica, la lucha institucional y la lucha de masas. Una estrategia guiada por la unidad de las fuerzas progresistas en las calles y en las urnas.

*Lucio Centeno es militante de Consulta Popular

*Este es un artículo de opinión. La visión del autor no necesariamente expresa la línea editorial del jornal Brasil de Fato.

Edición: Rogério Jordão