La destitución (el impeachment) no es una mera decisión político-jurídica. En primer lugar, constituye un poderoso movimiento social que llega a todos los segmentos de la opinión nacional. En esencia, se trata de una reacción de la soberanía popular traicionada por la perpetración de delitos de responsabilidad.
Cuando, en 1992, Ibsen Pinheiro condujo el impeachment de Fernando Collor de Mello, ya estaba la opinión de la sociedad. La constitucionalidad en este caso era discutible, pero el presidente ya no gobernaba, sólo esperaba la consumación del rito parlamentario.
El caso de Dilma Rousseff ilustra aún mejor el proceso. La mandataria fue destituida sin que se haya comprobado que cometió un delito de responsabilidad. El Congreso se doblegó a la exitosa campaña golpista destinada a condenar a la izquierda. El mandato de Rousseff habría sido preservado si no hubiera sido por la ausencia de apoyo de las masas.
Legitimación del movimiento
El impeachment se hace posible en las calles, comienza en la Cámara de Diputados y termina en la votación del Senado. Entre los puntos de partida y de llegada, hay una travesía que se hace al caminar: el movimiento crea su propia legitimación.
Hoy, el pedido de impeachment, o el "Fuera Bolsonaro", es la consiga que aglutina una creciente indisposición social. Los delitos de responsabilidad se acumulan, pero lo que cuenta es el hecho de que partes considerables de la sociedad rechacen el gobierno genocida y no estén de acuerdo con su permanencia en el poder.
Los partidarios de Bolsonaro están en minoría
Un grupo minoritario y decreciente apoya a Bolsonaro en base a creencias irracionales, promovidas por el activismo oscurantista, predispuesto a negar la realidad. Movilizado por el apóstol del caos, este grupo opera a favor de la confrontación sangrienta. Algunos tienen como horizonte la guerra civil soñada por el presidente. Apoyado por hombres armados, el genocida no duda en sabotear los lazos de unión nacional.
La mayoría de los brasileños viven en la inquietud, el miedo y la incertidumbre desmovilizadora. Temen la peste y sufren el dolor de las pérdidas irreparables; sofocan en lágrimas el grito de la revuelta. Los más pobres no pueden evitar el hambre. Abatidos y atónitos, padres y madres pierden la esperanza de encontrar trabajo. Los pequeños y medianos empresarios experimentan el temor de cerrar sus negocios. Los funcionarios públicos observan con impotencia las amenazas de recortes salariales.
La sociedad está sumida en una desesperanza paralizante, mientras que los pocos que se benefician de la política de desmantelamiento del Estado, de los derechos sociales y de la protección ambiental siguen con aprensión el curso del país. Saben que la furia popular tiene su precio. Resabiados, observan las propensiones sociales que miden la fecha de caducidad del presidente.
Algunos se oponen a la destitución basándose en un raciocinio amoral: "¡Que el gobierno se desangre para que sea más fácil derrotarlo! Lo repugnante de esta forma de pensar es el desprecio por la vida de los brasileños. Es un raciocinio criminal.
Otros piensan que el impeachment sería la realización de un plan militar diabólico: los descalabros y las estupideces del presidente podrían general el caos y luego el orden sería restaurado por las filas. Por enésima vez los soldados salvarían a la patria. Esta es una posibilidad que merece ser considerada.
El día después del impeachment
Hay que pensar en el impeachment imaginando tanto el proceso mismo como el día siguiente, sobre todo porque el sustituto constitucional del titular no merece confianza. El actual vicepresidente no reproduciría las actitudes groseras y apelativas del titular, sino que respaldaría, como sus fieles colegas de uniforme, las líneas generales del gobierno. En sentido estricto, constituyen el propio gobierno.
El "Fuera Bolsonaro" sería inconsecuente si no señalara cambios de sentido en la conducción del gobierno. No basta con enviar a Bolsonaro a casa o a la cárcel. Conviene derrotar políticamente a las fuerzas que lo patrocinan, entre ellas los militares que, al subvertir el orden, actúan como actores políticos en detrimento de sus funciones institucionales.
Al sustituir a Bolsonaro, Mourão tendrá que respetar los designios de una sociedad movilizada por la defensa de la vida y del propio Estado. Los cuarteles se doblegarán a la voluntad social. Sabrán que ha pasado el tiempo de salvar la patria en nombre del pueblo bestial o embrutecido.
La destitución debe significar el fin de la curaduría militar y un acuerdo entre las fuerzas políticas que garantice la gobernabilidad según un programa básico de emergencia. De lo contrario, se agravará la ruinosa situación brasileña.
En el proceso de impeachment se consolidarán e impondrán las tesis sobre el rumbo del país. Las múltiples demandas se harán explícitas. Habrá enfrentamientos programáticos, pero ya no reservados al reducido número de dirigentes de los partidos y dueños de la riqueza.
La votación del impeachment será el imán que agregará las diversas aspiraciones de nuestra sociedad. Hoy, oponerse al impeachment es apostar por la parálisis y el caos. Defenderlo es luchar por el orden democrático, por la dignidad nacional, por la defensa de la sociedad y por la reanudación del desarrollo. Sin la destitución, nos hundiremos en el desorden y la arbitrariedad.
Edición: Camila Maciel