Este domingo (7), los ecuatorianos acuden a las urnas para elegir al nuevo presidente del país, después de cuatro años de gobierno de Lenin Moreno, una controvertida administración caracterizada por sus políticas neoliberales, pero también enfrentada a las mayores protestas en décadas. La administración también ha sido calificada de desastrosa por la opinión pública. Así que el país andino enfrenta esta disputa, que tiene que ver principalmente con la alternancia y la no continuidad de un proyecto económico agotado.
Los ecuatorianos tendrán que elegir entre 15 candidatos masculinos y una femenina, aunque las encuestas indican que el candidato de la alianza progresista Unión por la Esperanza (UNES), apadrinada por el ex presidente Rafael Correa, Andrés Arauz, y su candidato a la vicepresidencia, Carlos Rabascall, son los favoritos para ganar esta contienda.
Sus principales contrincantes serán los conservadores Guillermo Lasso y Alfredo Borrero, de la alianza de derecha Creando Oportunidades (CREO) y el Partido Social Cristiano (PSC).
El "Binomio por la Esperanza", como se hace llamar la dupla de UNES, aunque lidera las encuestas, podría no ser suficiente para ganar en la primera vuelta, por lo que podría realizarse una segunda vuelta el 11 de abril.
De ganar, Arauz se convertiría, con 36 años, en el presidente más joven de la historia de Ecuador.
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El clima que acompaña a estas elecciones está atravesado por una serie de emociones que se entienden en la incertidumbre que significa para los ecuatorianos la construcción de un proyecto de país más sustentable en todos los niveles, pero también hay una angustia que deja una economía golpeada y una crisis sanitaria que ha sido la punta del iceberg del rumbo que ha tomado el gobierno de Moreno.
“Estas elecciones se dan en un escenario de desastrosa crisis social en su conjunto, al menos la articulación entre la crisis económica, recesión, desempleo, aumento de la pobreza y la crisis sanitaria, siendo el Ecuador uno de los países con mayores muertes en exceso, no sólo de la región sino globalmente, generan una atmósfera de bastante desolación, de desesperanza, de un padecimiento social si antecedentes”, Franklin Ramírez, analista político ecuatoriano, dice a Brasil de Fato.
Este escenario, en la evaluación del analista, también resultó en el despertar de una enorme desconfianza ciudadana en la política, que, entre otras cosas, podría afectar los niveles de participación electoral, aumentar el ausentismo, ya que se siente un profundo malestar ciudadano por la combinación del rechazo a la política, la pandemia y el gobierno de Moreno.
Ante esto, el mencionado dilema que impregna el clima electoral, donde lo que está en disputa se limita al correísmo vs. anticorreísmo, se diluye cuando lo que parece estar en juego es algo más fundamental, como es la supervivencia y el rechazo de un proyecto de gobierno que no parece interesarse en lo más mínimo por las demandas de las grandes mayorías.
Brasil de Fato reunió algunas informaciones para entender lo que está en juego en la disputa de este domingo.
Fin de la era Moreno
"Después de 2017, lo que hemos vivido ha sido una pérdida de sentido, de horizonte, de esta posibilidad de tener una propuesta propia como país y ha vuelto un neoliberalismo intensivo, duro, áspero, mucho más acentuado de lo que se vivía antes y que es parte de este proyecto que se impone en América Latina ahora", cuenta a Brasil de Fato la socióloga ecuatoriana Irene León.
Con las elecciones generales del domingo, termina la era de Lenín Moreno al frente del país, quien en 2017 ganó la presidencia con el 51% de los votos y recibió el apoyo de Correa. Pero aunque los ecuatorianos esperaban que Moreno continuara con el proyecto en marcha de la llamada Revolución Ciudadana, rompió los lazos con su partido y desde ese momento asumió un gobierno protagonizado por nuevos acuerdos comerciales y alianzas con el sector privado.
La economía decayó y golpeó fuertemente a los sectores populares que llevaron a que su gobierno se caracterizara por diversas tensiones sociales, una de las más violentas fueron las movilizaciones indígenas y populares de octubre de 2019, cuando miles de personas salieron a las calles contra el recorte de los subsidios a los combustibles, lo que generó un alza de precios en el país.
Moreno tuvo que declarar el estado de emergencia, el toque de queda, con el resultado de más de una docena de muertos, así como cientos de heridos y detenidos.
El gobierno de Moreno se ha vuelto intolerable para los ecuatorianos que han sentido la dureza de los recortes sociales y las diferentes políticas de recesión, incluso en medio de la pandemia. Según una encuesta sobre la credibilidad y aprobación de su gestión en el 2020, se encontró que el 90 % de los ecuatorianos no cree ni confía en la palabra del presidente, sin duda uno de los líderes menos confiables del país en los últimos tiempos.
“Hay una enorme expectativa en que las elecciones aseguren la alternabilidad, que acaben con el gobierno actual de Lenin Moreno, un gobierno no sólo entregado a las élites sino además absolutamente desastroso en su capacidad de gestión” dice Ramírez, que también es profesor de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (FLACSO).
El aumento significativo de las ganancias del sector privado, ganancias escandalosas incluso en medio de una pandemia y la concentración de la riqueza son el resultado de las políticas de Moreno. Y todo ello ha alimentado un consenso que muchos ecuatorianos esperan en torno a las elecciones y que es el fin de la tormentosa presidencia de Moreno y la configuración del Estado al que representa.
“Lo que se juega en estas elecciones en lo fundamental es la continuidad de una agenda pública supeditada a la ortodoxia fiscal, a la autoridad, a un Estado desertor de su obligación de garantizar derechos sociales, a una élite capturada por los intereses económicos, la continuidad de ese proyecto de poder que está claramente representada en Guillermo Lasso o la posibilidad de abrir un momento, de un freno al aboragen de las políticas de la austeridad, recuperar en cierta medida la posibilidad de un Estado más activo para dinamizar la economía y proteger los derechos sociales”, señala Ramírez.
En la opinión de León, lo que también está en juego es la construcción de una propuesta antipatriarcal frente a un modelo neoliberal en el que, según ella, las palabras género e igualdad son utilizables y manipulables, pero al final ofrecen pocas posibilidades debido a que estructuralmente es difícil plantear la igualdad en un país tan desigual como Ecuador mientras al mismo tiempo se recurre al Fondo Monetario Internacional y sus políticas para resolver los problemas del país.
¿Correísmo vs. anti-correísmo?
La inevitable dualidad del análisis al tratar de entender lo que está en juego en esta contienda electoral es, sin duda, posicionar en el debate político correísmo vs. anti-correísmo, dicotomía que de alguna manera se encuentra con otros paralelismos en la región como el anti-petismo, el anti-chavismo o el anti-evismo, discursos que se configuran como estrategias en los sectores de la oposición con el objetivo de derrocar a las fuerzas de la izquierda.
“Estos grupos están jugando al fantasma del socialismo del siglo XXI que es una etiqueta fácil con que las élites tratan de designar y de estigmatizar a sus rivales políticos pero al mismo tiempo lo que hacen es evitar comprender la complejidad de este fenómeno, de las identidades políticas como lulismo, el evismo”, comenta Ramírez.
“Ellos, las élites les colocan una etiqueta, asumen que esa etiqueta explica todo, asumen que a través de esas etiquetas el pueblo, las grandes mayorías van a simpatizar con sus tesis de que lo que lo principal es impedir de que estos vuelvan al poder y eso les impide entender la pervivencia de estas identidades políticas, la pervivencia de esta identificación popular con estos liderazgos, con estos movimientos y les impide conectarse con las demandas sociales”, añade.
La construcción en torno al discurso anti-correísta ha sido una de las cartas que la derecha no ha dudado en utilizar a la hora de posicionar sus propuestas ante el electorado. El principal rival en la contienda, Guillermo Lasso, llegó a decir que si el "correísmo" gana, podría convertir a Ecuador en una nueva Venezuela.
“Las élites hacen una caricatura de estos fenómenos y no logran activar estrategias eficaces para sus propios objetivos, siguen encasillando una estrategia errática como si en todas las elecciones quien se estuviera eligiendo es Chávez y Maduro”, dice Ramírez.
“Esto del retorno del correísmo no existe, el correísmo tal como lo conocemos, la Revolución Ciudadana existió en unas condiciones que ahora están muy lejos de replicarse en ningún sentido” apunta.
La idea de crear una ruptura entre el electorado ecuatoriano a través de esta dicotomía en el debate, liderada por la élite de la derecha, parece ser, según el analista, una especie de estrategia para distanciarse de su propia participación en el gobierno de Moreno.
“[Mientras] siguen hablando que el principal problema es el socialismo del siglo XXI es como si no hubieran pasado cuatro años de gobiernos neoliberal, de acuerdos con el FMI, de austeridad, de ajuste, de necropolítica, todo ello en un pacto largo entre el liberalismo el neoliberalismo las fuerzas conservadoras los grupos económicos, los grandes medios, incluso en un momento ciertos movimientos sociales”, apunta el analista.
Por lo tanto, esta estrategia política de "descorreizar" el país termina siendo una válvula de escape para estos grupos de poder que buscan ocultar la mala gestión del gobierno y sus aliados. Engañando el sentido común de los ciudadanos para perpetuar un proyecto de Estado a favor de los intereses de los grandes grupos económicos, pero que en realidad sólo representa una mayor destrucción del Estado.
“Esto de imaginarse de qué están dadas las condiciones para que un gobierno similar al que ya tuvo la Revolución Ciudadana pueda replicarse está fuera de las posibilidades históricas materiales y políticas, no hay tal condición. Entonces lo que está en juego es poner fin a la radicalidad de las derechas en su programa neoliberal que ha llevado a la austeridad hasta el extremo incluso en los momentos de mayor sufrimiento social con la pandemia, eso es lo que está en juego”, dice Ramírez.
Arauz: renovación o continuidad del correísmo?
El candidato de UNES, según los analistas, representa los intereses del ala más progresista del país, representado en los sectores populares, indígenas, trabajadores, movimientos sociales, entre otros, que dialogan más con un modelo de economía social coherente con los derechos individuales, laborales, sociales y ambientales.
No obstante, Arauz, a pesar de liderar las encuestas, también carga sobre sus espaldas un legado que se alimenta de las pasiones y odios que despierta el anti correísmo que entre otras cuestiones no ha perdido la oportunidad de usar esta carta en la mira de descalificar su imagen. Al otro lado, sin embargo, de las fuerzas progresistas, se ha presentado como la renovación de un proyecto que comenzó, en efecto, correísmo.
“Es un candidato que sorprendió a todos porque no era parte del núcleo político cercano o original de la dirigencia histórica de otros liderazgos como de referencia más fuerte y por eso había quedado fuera del radar de la persecución política del régimen [de Moreno]” dice Ramírez.
“Arauz era el candidato menos lastimable, menos atacable, menos judicializable de la Revolución Ciudadana [...] Entonces. fue elegido en el marco de ese escenario político [de crisis y persecución]. Es una lección a la defensiva, no es que se eligió quizás a las figuras más relevantes o a los que tenían más condiciones políticas sino que se eligió al que se podía en estas condiciones”, añade.
Aunque Arauz era casi desconocido en la política nacional antes de la nominación de su candidatura y a pesar de haber ocupado varios cargos durante los diez años de gobierno de Correa, ha sido rápidamente acogido por varios sectores sociales. Durante su campaña aseguró que si ganaba retomaría el camino trazado por Correa, incluso no dudó en afirmar que el ex presidente sería uno de sus principales asesores.
“Arauz combina esta suerte de retorno a las credenciales originales de la Revolución Ciudadana con una renovación quizás más generacional no necesariamente de los núcleos centrales de la ideología de la Revolución Ciudadana o de las bases problemáticas de la Revolución Ciudadana. Entonces es una suerte de retorno a los orígenes y al mismo tiempo de una renovación”, observa el analista.
Lo que está en juego, entonces, si Arauz gana las elecciones, tal vez sería ese reto de demostrar esa "renovación" que supone en relación con el legado del correísmo, aunque en la opinión de Ramírez, la renovación podría venir dada por las propias condiciones políticas. Por ejemplo, si Arauz ganara la contienda “no va a contar con un parlamento de mayoría, no va a tener la gobernabilidad fluida que tuvo Correa. Eso va a abrir escenarios eventualmente de pugna de poderes, eventualmente de consultas populares o de convocatorias institucionales para safar los candados que pueda colocar el legislativo. Esas condiciones políticas van a obligar a que el despliegue político de la Revolución Ciudadana sea distinto al de Correa”.
Al menos diez sondeos de opinión le dan la victoria al candidato progresista de UNES de consagrarse ganador, deberá hacer frente a una economía en crisis, con un desempleo cercano al 7%, una abultada deuda pública, un índice de pobreza en niveles del 35% sumada a la crisis sanitaria debido a la pandemia.
Frente a estos retos estructurales también se suman los de pensar en la recomposición de las bases de una izquierda fragmentada. Asumir una mayor sensibilidad alineada, según Ramírez, a “construir un polo de organización social plural heterogéneo, sin el cual va a ser muy difícil confrontar al bloque oligárquico, al bloque de los grandes grupos de poder, que seguramente van hacer resistencia a un gobierno que no sea el suyo, desde el primer dia”.
“Es inimaginable que el próximo ciclo político si se orienta hacia la izquierda pueda sostenerse solamente desde el Estado, solamente desde el ejecutivo. [Entonces] ahí hay una autocrítica fundamental a reconstruir la movilización, la participación como un valor en sí, pero también como un recurso político para enfrentar la automática resistencia de las élites frente al fin de su hegemonía que conquistaron sin haber ganado elecciones en el caso ecuatoriano” dice.
Edición: Vivian Fernandes