Nada es casualidad en un país de 200 años interrumpidos – salvo efímeros episodios como el Gobierno Revolucionario de la Junta Militar del general Juan Velasco Alvarado de 1968 – de dominio oligárquico en las estructuras estatales que se enfrenta, actualmente, ante una inminente histórica revancha popular y plebeya.
Nada es casualidad en una segunda vuelta electoral entre Keiko Fujimori y Pedro Castillo que se definirá este domingo 6 de junio. Y de eso son conscientes los más de 50 mil peruanos y peruanas que se movilizaron anoche en Lima (en otras provincias ocurrió lo propio) reafirmando el Fujimori nunca más, pero ahora con un achoramiento e indignación sin precedentes, propios de la polarización de un escenario de crisis profunda y del vergonzoso rol de los medios de comunicación al estilo de los años noventa en plena dictadura fujimontesinista, que vociferan sin piedad de sus gargantas agitadas: ¡Fujimori nunca más, ahora y para siempre!
Definitivamente, nos encontramos ante un antifujimorismo limeño distinto al de años anteriores. Vivimos un antifujimorismo al calor del desborde popular de la propuesta de Perú Libre liderado por el maestro Pedro Castillo Terrones.
Una primera característica de este antifujimorismo movilizado en las calles de Lima es que el sujeto popular cobra mayor protagonismo, a diferencia de otras ocasiones donde resaltaban – mejor dicho, se resaltaba – clases medias y sectores privilegiados. Nos encontramos ante la marcha antifujimorista con más color, sabor y olor a pueblo. La lucha de clases que se evidencia en la disputa electoral, donde la contradicción izquierda-derecha es superada por las de pobres-ricos, Lima-regiones y, recientemente, esperanza-miedo, no puede ser aislada del movimiento de condena al Fujimorismo y sus variantes.
El antifujimorismo no puede entenderse de manera ahistórica y en un contexto como el vigente es inevitable tomar una postura. El antifujimorismo tibio, concentrado principalmente en sectores sociales privilegiados y acomodados, apelando a eufemismos que reflejan sesgos coloniales, racistas, ahistóricos y “apolíticos” claudica confortablemente de las banderas que levantaron durante años. El antifujimorismo comienza a incorporar a su esencia el componente popular como un elemento constitutivo. El antifujimorismo es popular o no es.
A pesar que el miedo, terruqueo y demás tácticas macartistas desplegadas por los poderes fácticos se imponen con mayor agresividad que la humedad en Lima, anoche el pueblo peruano salió con mayor fuerza e indignación a las calles. Se respiraba un ambiente de profundo hartazgo, es decir, la gente se achoró. Las razones se encuentran con facilidad en las concentradas y propagandistas portadas de los periódicos a favor de Fujimori, los mítines de Keiko Fujimori que se trasladan a los sets de televisión las 24 horas del día, el uso despiadado de la violencia que sufren los pueblos olvidados para generar psicociales, etc. Pero las razones, los hechos, a pesar de ser abundantes, no son suficientes para movilizar. Se necesita una fuerza motor, una pasión, una idea, una utopía, en fin, una esperanza.
No queda duda que lo de ayer fue un colofón, una consecuencia del huayco de alegría y esperanza que se vive en distintos rincones del Perú, como anteayer lo vimos en Juliaca y ayer en Cusco, ante la llegada del maestro rondero Castillo y el mensaje de no más pobres en un país rico. Lima se levanta contra Fujimori como un eco del desborde popular y de esperanza de cambio de nuestros hermanos y hermanas en distintos lugares de la patria.
La gesta de la propuesta de Perú Libre liderada por Pedro Castillo, definitivamente, ha llegado para remecer todo lo que asumíamos como cierto: ¿Qué es la izquierda? ¿Existen instituciones inmaculadas e intocables? ¿Se tiene que denostar proyectos alternativos regionales como Venezuela, Cuba para ganar elecciones? ¿Podemos cantarles sus verdades a los medios de comunicación en su cancha? ¿Puede haber equipo técnico que no esté concentrado por limeños, blancos y de universidades elitistas?
La experiencia de anoche y del pasado 22 de mayo nos invitan a reflexionar sobre una posible reconfiguración del antifujimorismo limeño a uno más popular, donde eventualmente la movilización y organización provoquen definir conscientemente la politización de la plataforma para no caer en la esterilidad de los sectores medios y acomodados.
Sin embargo, la interrogante que termina más pronunciada en esta resaca de júbilo popular contra el neoliberalismo y narcoestado que representa Fujimori es, ¿Lima, con una tradición de cipaya, antipatriota, dará la sorpresa estas elecciones? Sería un hermoso punto de partida hacia nuestro verdadero bicentenario de 2024.
Edición: Daniel Giovanaz