Pisar Cuba fue la experiencia más controversial de mi vida. Al aterrizar, todavía en el aeropuerto, un grupo de jóvenes estadounidenses se divertía. Uno de ellos vestía una camiseta en apoyo al presidente del país, Donald Trump. ¿Qué pasaría con él? “Se va a quedar en Inmigración para dar explicaciones”, al final apoyar a Trump y viajar a Cuba a mí me parece contradictorio. “Es una provocación”, dijo una amiga. No pasó nada. Pasó tan fácilmente por Inmigración como yo, que había enviado varios documentos para garantizar mi visa de periodista.
Existen dos Cubas. Una la que todos sus amigos, conocidos, los medios, las revistas e internet le cuentan que existe, y otra, la que usted ve con sus propios ojos y siente con sus propios sentidos. Esa diferencia me impresionó durante todo el viaje. Cuba no era tal como me dijeron.
Buena parte de la imagen preconcebida que yo tenía de Cuba venía del libro “La Isla”, de Fernando Morais, que leí atentamente cuando aún estaba en la universidad. Pero lo que vi no se asemejaba a aquel relato. También compré una guía de viaje escrita por Frei Betto. “Es de 1987, ya no sirve más”, me decían. “Pero Cuba no es como aquí. Las cosas no cambian tan rápidamente”, respondía yo, llena de certezas. Y la guía, por increíble que parezca, sirvió para bastante. Yo la sigo recomendando a quien viaja por primera vez a la isla. Pero, de hecho, ya no corresponde a la Cuba del siglo 21.
Tenía una expectativa muy grande sobre lo que iba a encontrar y también miedo, tal vez en la misma proporción, de decepcionarme, de que no fuera nada de lo que esperaba…
Texto y fotos: Vanessa Martina Silva | Edición: Luiz Albuquerque | Traducción: Pilar Troya y Luiza Mançano | Arte: José Bruno Lima | Ilustraciones: Karina Ramos